El Monstruo de Tecolutla

Fue a finales de 1972 cuando escuché por primera vez la historia del “Monstruo de Tecolutla”. Por aquellos años se transmitía un programa de radio pionero en los temas paranormales. El nombre del programa escapa a mi memoria, pero la estación era Radio Capital. La música de rock progresivo era el pretexto o telón de fondo para presentar casos de avistamientos OVNI, casas encantadas, fenómenos forteanos o animales desconocidos.

Como ambas cosas me interesaban (el rock y los fenómenos paranormales), no era raro que todos los sábados para amanecer domingo (23.00 a 02.00 horas) me acomodara para escuchar la radio. Grupos tan conocidos como “Emerson, Lake and Palmer”, “Yes”, “Pink Floyd”, “Jethro Tull”, se mezclaban con otros que no lo eran tanto, o que luego se harían famosos, como “Brian Eno”, “Capitan Beefhearth”, “Kraftwerk” y otros. Indudablemente ese programa influiría en mis gustos musicales y paranormales.

Pues bien, un día al lado de esos monstruos del rock aparecería otro monstruo, pero esta vez marino. En la cabina se recibió la llamada de un nativo del pueblo pesquero de Tecolutla, Veracruz (México). Recientemente había cambiado su residencia a la ciudad de México. Tenía gustos similares a los míos, por lo que pronto se encontró escuchando la misma estación de radio. Hablaba para informar la aparición de un monstruo en las playas de Tecolutla. Daba la descripción del animal: enorme, como una serpiente, de color oscuro. El cuerpo estaba parcialmente mutilado, descarnado por los tiburones. No se parecía a nada conocido. No había animal que presentara sus características… por lo menos actualmente. El testigo informaba que o se trataba de una enorme serpiente marina o era un animal emparentado con el monstruo de Lago Ness, del que se había hablado en otro programa. Poco más fue lo que se dijo. Por lo menos eso es lo que recuerdo. Lo único claro es que el programa originó una anotación en mis cuadernos de notas. En el futuro, a la primera oportunidad, iría a Tecolutla para recabar más información. Pero esa oportunidad se presentaría hasta 25 años después.

ENTRE CRIPTOZOÓLOGOS Y FORTEANOS

Mientras tanto leí varias descripciones del monstruo. La mayoría, si no todas, provenían del extranjero. Ni siquiera la revista “Duda” se ocupó del asunto. Creo que Tomás Doreste sí lo hizo en alguno de sus libros, pero no he encontrado la referencia. Pero, por otra parte, la Sociedad Forteana, en el número 71 de su “INFO Journal”, al lado de artículos como “El tesoro de la Isla Oak”, “OVNIS soviéticos” y el “Bigfoot granuja”, publicó el primer artículo sobre el monstruo de Tecolutla.

Luego algún otro criptozoólogo, como Mark Chrovinsky, escribiría algunas notas sobre el asunto para “Fate”. Chrovinsky, a grandes rasgos decía:

“Treinta y cinco toneladas de algo se encontraron en la playa de Tecoluta en marzo de 1969 y, fuera lo que fuese, ciertamente recibió mucha publicidad. La extraña carcasa con cuerpo parecido al de una serpiente fue cubierta con una gruesa armadura. Un hueso de unos tres metros de largo, que algunos dijeron era un colmillo, y que se estimó que pesaba una tonelada, salía de su cabeza. Según el cable de la UPI, los biólogos pensaban que era un narval, los cuales tienen un gran cuerno, pero luego de ver la carcasa ‘no pudieron decir a qué tipo de animal pertenecía’. La prensa internacional reportó que era un monstruo prehistórico lo que había encallado en Tecolutla”.

Una comisión de siete científicos reportaron en abril de 1969 que el monstruo era una ballena rorcual, conocida como ballena aleta dorsal. El monstruo de Tecoluta pudo haber sido una ballena, en lugar de un dinosaurio, pero eso no detuvo la llegada de muchos curiosos de todo el mundo. Los científicos insistieron en enterrar la criatura, que se descomponía rápidamente, ya que dijeron que no se podía sacar ninguna lección de esto. Después de una gran batalla política, el alcalde de Tecolutla se negó a enterrarla y la mantuvo como atracción turística, a pesar del fétido olor. Los científicos estuvieron satisfechos con la explicación que, curiosamente, no coincide con el enorme cuerno de una tonelada.

Aparte del error en el nombre, no había nada nuevo en la historia desde que fue contada por los forteanos. Otro criptozoólogo, que se identifica como “Megaraptor”, creyó encontrar la identidad del monstruo de Tecolutla. Según él, se trata del “caballo de mar” descrito por Bernard Heuvelmans en 1965, y que fuera visto por Olaus Magnus en 1555.

Heuvelmans da por hecho la existencia de una nueva especie de monstruo marino. Lo describe y adelanta una taxonomía: Clase: Mammalia; Orden: Carnivora; Suborden: Pinnipedia; Familia: Halshippidae (nueva familia); Género/Especie: Halshippus olaimagni.

Según Heuvelmans, el caballo de mar es la misma especie de la serpiente de mar cadborosaurus willisi. Afirma que se han capturado algunos individuos, incluso uno dentro de la panza de una ballena de esperma (cachalote).

Todavía más, dice que se capturaron dos bebés cadborosauros. Su cuerpo estaba cubierto con pelos. La descripción del halshippus olaimagni (el caballo de mar de Olaus Magnus) dada por Heuvelmans es la siguiente:

“Es un animal alargado, con forma de serpiente, cuya cabeza parece la de un caballo o camello, pero mucho más ancha, con una forma de diamante (si se la mira desde el frente). De enormes ojos negros, de tonalidades rojizas o verdosas, según el ángulo de la luz. La boca es ancha, con labios ligeramente coloridos. En la nuca crece una especie de cabellera y con algunos pelos sobre la cara que, incluso, llegan a formar un bigote. La cola es una especie de aleta que se bifurca. La piel es muy suave y brillante, de un color que va de café oscuro o gris acero hasta negro. La longitud varía de diez a 30 metros”.

Megaraptor dice que el monstruo de Tecolutla (sic)

“alcanzó una longitud de 27 metros. El cuerpo era largo y estaba cubierto con una armadura. La cola era bilocada, como la de las ballenas. Su color era negro, con una raya blanca (…) La cabeza tenía un cuerno en su extremo, que pesaba una tonelada. La boca tenía dientes de cuatro centímetros (…) Otra carcasa parecida fue encontrada en el Golfo de Fonseca, en San Salvador, en 1928”.

Esto es poco más o menos lo que se sabe del monstruo de Tecolutla, vía la criptozoología. Veamos ahora lo que hay detrás del mito.

FRENTE A FRENTE CON EL MONSTRUO

Mi primera visita a Tecolutla se dio en el marco de un estudio de corrosión para la Refinería de Poza Rica, en 1997. Aprovechando la ocasión visité, cómo no, El Tajín, Papantla y sus “voladores”, y finalmente Tecolutla. No tuve mucho éxito, pues ni siquiera supe de la existencia del Museo Marino de Tecolutla, en donde se guardan los restos del animal, porque en ese entonces se encontraba cerrado. Los viajes por los esteros, la contemplación de la fauna (viva), los bikinis, el rafting y otras actividades, distrajeron mi atención del motivo principal de mi visita. Las respuestas tendrían que aguardar otros años.

He viajado a Tecolutla en seis ocasiones. Poco a poco he ido rescatando los retazos que quedan de aquella historia. Las nuevas generaciones no conocen, ni les importa, la historia del monstruo. Los testigos, en su mayoría, han emigrado o ya están muertos. Son pocos los registros escritos, y mucho menos los fotográficos.

En una de estas visitas ubiqué el Museo Marino de Tecolutla (dirección: Carlos Prieto, esquina Miguel Hidalgo; teléfono: (784) 600 03 602 42; horario: 8 a 14; 15 a 20 horas, todos los días, excepto los martes). Fue reinaugurado el 21 de noviembre de 1997. En él se exhiben diversos especímenes, vivos y muertos, de la fauna local. La estrella (para mí) es el cráneo del monstruo de Tecolutla.

Ni en mis sueños más locos me imaginé estar frente al cráneo de un monstruo, pero ahí estaba. Una enorme masa de huesos que muestran el cráneo y el maxilar superior. ¿Pero las fantasías pueden encarnar, o por lo menos tomar, huesos a falta de carne? Ahí frente mío estaban esos restos de algo que se describió como monstruo marino. Los criptozoólogos y los forteanos tenían razón, después de todo.

Bueno, tal vez los OVNIS no sean extraterrestres, pero de que hay monstruos marinos, los hay. Esos huesos eran la prueba… y también eran el origen de un enorme malestar de este escéptico recalcitrante. Ningún vendedor de fantasías me lo estaba contando. Ahí estaba yo viéndolo, viviéndolo, sufriéndolo. Lo peor de todo es que no tenía argumentos para negarlo: no era una mala identificación de Venus; no era un fraude maussanesco; no eran los pisos carcomidos de la casa de la colonia Condesa que sonaban como raps; no era el chupacabras, hijo del Frankestein periodístico, que había ayudado a enterrar en México. No. Ahí estaba el auténtico, imborrable, no soslayable, monstruo tecolutleño.

Respuestas. Eso era lo que necesitaba de inmediato. Y como algún vendedor español de fantasías decía, la suerte no existe, alguien superior guía nuestros pasos. En este caso ese ser superior, me hizo voltear la vista y observar una serie de dibujos que describían la historia del monstruo.

Las pinturas, de una fuerte carga naif, mostraban e informaban que una ballena, para más señas una rorcual, era lo que había encallado en Tecolutla en 1968. Bueno, si esos dibujos lo decían, así debería ser. Sólo que yo no soy zoólogo marino y mis conocimientos en biología son más que rudimentarios. Yo no podría decir si el cráneo y el maxilar pertenecían a una ballena o a un monstruo marino. Lo mejor era investigar más. Dos eran las vertientes que se podían seguir: localizar a testigos presenciales del avistamiento; e investigar sobre los huesos de las ballenas.

HABLANDO CON LOS TESTIGOS

En otras ocasiones había intentado localizar a cualquier persona que hubiese visto al animal. No había tenido éxito. No existen periódicos locales en Tecolutla. Es Poza Rica la ciudad que cubre esta función, pero en La Opinión no conocían del asunto, y lo que es peor, no habían guardado los ejemplares de aquellos años: el servicio de hemeroteca es muy rudimentario. Por aquí no pude llegar a nada.

En el Palacio Municipal tampoco sabían del “monstruo”. Hasta que mencioné el cráneo de la ballena que se encontraba en el Museo Marítimo, alguien me dijo que contactara con “Capricho”. Este personaje parece ser una especie de cronista del pueblo. Tiene un humilde restaurante con un quiosco de revistas. La mujer que me atendió (¿su esposa?) no quiso soltar prenda (“¿Quién será este fuereño entrometido que viene a preguntar por Capricho?”). La suspicacia de la señora me impidió conocer si “Capricho” es su nombre o su apodo; si es fotógrafo; si trabaja para La Opinión; si ella es su esposa…

Lo único que supe es que “Capricho” trabaja en Poza Rica, sospecho que como fotógrafo para La Opinión; que va y viene todos los días a su trabajo; que tenía fotografías del “monstruo” (¿obtenidas por él mismo?), pero que todo ese material se perdió en la inundación.

El que guía mis pasos parece que me había abandonado. Pero pronto tendría un reencuentro con él. En el mismo Palacio Municipal me informaron de la existencia de otro testigo: un pescador de nombre Alejandro Salas Pérez. “Lo puede encontrar en el embarcadero. Allá trabaja y ahí tiene su casa”, me dijeron. Y hacía ahí dirigí mis pasos.

Don Alejandro es un hombre sencillo de mar. Curtido por cincuenta y tantos años de recibir la brisa marina y los rayos del Sol, se dedica, entre otras cosas, a hacer paseos con los turistas hacia los esteros y manglares. Fue él mismo quien pintó los cuadros que se encuentran en el museo.

Él fue testigo del izamiento del monstruo. El animal quedó varado no en el pueblo de Tecolutla, como todos dicen, sino a unos diez kilómetros al sur, en un lugar llamado La Vigueta, perteneciente al mismo municipio.

“Fue el 18 ó 19 de marzo de 1968 –empieza por contarnos don Alejandro–. Yo estaba a punto de ir a Poza Rica cuando nos dijeron que habían encontrado ese animal en la playa de La Vigueta, cerca de Casitas y Flores Magón”.

Sin embargo, en los carteles que sirven como “pie de foto” para las pinturas del museo, se menciona que fue el 14 de marzo. Se dice que parecía una “lancha volteada”, que se había avistado a las 6:00 a.m.

“Era un animal enorme. No tenía forma de ballena, parecía un gusano gigante. Algunos confundieron las aletas y dijeron que eran cuernos. La cabeza estaba semidescarnada: las fibras colgaban como pelos de gusano (sic), como una melena”.

POR LAS BARBAS DE NEPTUNO Y LOS PELOS DEL MONSTRUO DE TECOLUTLA

¿Una melena? ¿Pelos de gusano? Un momento. ¿Acaso no es la misma descripción que dio Heuvelmans de los bebés cadborosauros? ¿Y la melena que crece en la nuca del halshippus olaimagni? El “monstruo” encontrado por un barco japonés en aguas de Nueva Zelanda también muestra esos “pelos”. No tengo idea de lo que sean esos “pelos”. Esto es parte de una posterior investigación en la que me deberé involucrar con algún zoólogo marino. Pero no hay duda de que tenemos frente a nosotros el mismo fenómeno, y que don Alejandro no miente y estuvo ante al famoso monstruo.

Según los testigos, se le veían algunos huesos y jirones de carne. No se le podía identificar y se pensó que se trataba de algún dinosaurio. Hacia las 14 horas, al bajar la marea, se pudo acceder al animal. La gente pensaba que podrían obtener mucho dinero con el “marfil de los huesos”, por lo que comenzaron a destazarlo sobre la playa. Probablemente aquí fue cuando se perdió el maxilar inferior, el famoso cuerno o colmillo del que habla la leyenda y los criptozoólogos, mismo que haría que algunos lo identificaran con un narval.

Los cortes hechos por los pescadores, junto a las mordidas de los tiburones, convirtieron los jirones de carne en fibras colgantes, que le daban su extraño aspecto de gusano peludo, dificultando aún más su identificación.

“Se decidió pedir ayuda a PEMEX –continúa Don Alejandro–, para traer la carcasa hasta Tecolutla. Se utilizó un trailer con plataforma de 15 metros. El animal fue levantado con una grúa. Finalmente fue colocado en la playa, frente al faro”.

El cuerpo del animal fue llevado a Tecolutla el día 16 de marzo, cuando obviamente la pestilencia era enorme. Ahí se sacaron fotografías, pero en ellas es imposible identificar al animal debido a los ataques de los escualos, los destrozos de los humanos y el tiempo que había pasado.

FUENTE: Fundación Anomalía

Enigma 900

Autor: Luis Ruiz Noguez

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