La inteligencia artificial se está utilizando para recrear personas que han muerto, pero ¿es este un agujero de conejo en el que deberíamos adentrarnos?
Damian Tuset Varela: A principios de este año, un programa de televisión español mostró a varias personas escuchando recreaciones digitales de las voces de sus familiares fallecidos generadas por inteligencia artificial a partir de audios reales. Esto desató un amplio debate tanto en el ámbito público como en el profesional, ya que estas recreaciones no solo imitaban las voces de los seres queridos, sino que también planteaban preguntas conmovedoras y evocadoras, provocando reacciones emocionales intensas.
Este fenómeno, que se ha bautizado como “resurrección digital”, implica el uso de tecnología avanzada de inteligencia artificial para recrear ciertos aspectos de las personas fallecidas, como su voz o apariencia física. Si bien puede ofrecer un consuelo momentáneo, esta práctica abre una serie de profundos debates en los frentes ético, filosófico y legal.
El riesgo de crear falsos recuerdos
Una de las principales implicaciones filosóficas de la resurrección digital es que pone en tela de juicio lo que realmente significa “ser”. Al recrear la voz o la imagen de alguien que ha fallecido, podríamos creer que estamos prolongando su existencia de alguna manera, o tal vez que simplemente estamos creando una sombra de ellos, carente de sustancia.
Sin embargo, la esencia de un ser humano es, sin duda, más que un conjunto de respuestas programadas o una imagen en una pantalla, y parece poco probable que una simulación digital pueda capturar la profundidad y la singularidad de la experiencia vivida, las emociones y los pensamientos de una persona.
La memoria juega un papel importante aquí. La resurrección digital puede verse como un intento de preservar la memoria, de mantener la presencia de aquellos que hemos perdido. Pero la memoria humana no es estática: selecciona, cambia, se desplaza y se adapta, y al recrear digitalmente a una persona, corremos el riesgo de alterar nuestros propios recuerdos auténticos de ella. ¿Es ético aferrarse a una representación artificial de alguien, en lugar de dejar que el recuerdo de esa persona evolucione y se transforme con el tiempo?
La verdadera identidad
La identidad de una persona es una red compleja de experiencias y relaciones. Cuando tratamos de recrear a alguien, podemos pensar que estamos tratando de capturar su identidad. Sin embargo, es más probable que creemos una versión idealizada de esa persona, una que se ajuste a nuestras propias expectativas y deseos.
Estos avances tecnológicos también plantean preguntas sobre el duelo en sí. La muerte es una parte natural de la vida, y el duelo es esencial para aceptar esta pérdida. Al intentar mantener una conexión con el difunto a través de la resurrección digital, interferimos en este proceso vital, lo que podría impedirnos avanzar y encontrar la paz en la aceptación de la pérdida.
En última instancia, la resurrección digital también abre un debate serio sobre el tema del consentimiento y la propiedad. ¿Quién tiene derecho a decidir si una persona debe ser recreada digitalmente? ¿Y cómo se puede gestionar el consentimiento de alguien que, por razones obvias, ya no puede expresar sus deseos?
Explotar el dolor para obtener ganancias
Debemos recordar que la tecnología es un negocio, y la perspectiva de que las empresas obtengan beneficios interviniendo en algo tan profundamente humano y doloroso como la pérdida de un ser querido plantea otras cuestiones filosóficas, éticas y morales.
Desde un punto de vista ético, este tipo de negocio parece transgredir los principios fundamentales de respeto y dignidad que deberían guiar nuestras interacciones humanas. El duelo es un proceso íntimo y sagrado, un camino hacia la aceptación y la paz interior después de una pérdida significativa. Por tanto, la intrusión comercial en este proceso podría verse como una forma de explotación emocional, aprovechándose de las personas en uno de los momentos más vulnerables de sus vidas.
Este tipo de negocio también podría distorsionar el proceso natural de duelo. El duelo y la pérdida son experiencias esenciales de la condición humana, y afrontarlas nos ayuda a crecer como personas. Si la resurrección digital comercializada impide a las personas atravesar este proceso de forma saludable (ofreciendo una ilusión de la presencia de una persona en lugar de ayudar a aceptar la realidad de su ausencia), ofrece poco en términos de beneficios.
Desde una perspectiva moral, las intenciones y los propósitos de este tipo de negocios serían cuestionables. En principio, parecen tener como objetivo brindar consuelo y una forma de recordar a los seres queridos. Sin embargo, ¿dónde trazamos la línea entre ofrecer consuelo y explotar el dolor con fines lucrativos?
La resurrección digital exacerba el dolor
En el corazón de la “resurrección digital” hay una paradoja profunda y perturbadora. En su intento de acercarnos a quienes hemos perdido, la tecnología nos enfrenta a la realidad ineludible de su ausencia, lo que nos lleva a cuestionar no solo la naturaleza de la existencia, sino también la esencia de lo que significa ser humano.
Al intentar compensar la ausencia de un ser querido o llenar el vacío que ha dejado, estas tecnologías profundizan tanto nuestro deseo de aferrarnos a lo que hemos perdido, como nuestras propias luchas personales para enfrentar y procesar el dolor ante la realidad ineludible de la muerte.
La paradoja se extiende aún más cuando consideramos que, en nuestro esfuerzo por preservar la memoria y la esencia de los seres queridos, recurrimos a simulaciones que, por su naturaleza artificial, nunca pueden capturar completamente la complejidad y la profundidad de la experiencia humana real. Por lo tanto, nos enfrentamos a una representación imperfecta y digitalizada que, aunque reconfortante en cierto modo, lucha por hacer justicia a la verdadera esencia de alguien a quien hemos amado y perdido.