Grigori Yefímovich Rasputín nació el 22 de enero de 1869 en Petrogrado y murió asesinado el 29 de diciembre de 1916. Hijo de campesinos, pasó sus primeros años en Siberia, sin formación académica y acabó convirtiéndose en cuatrero.
Una estancia de tres meses en un monasterio, al que no se sabe si llegó por voluntad propia o como castigo por sus fechorías, despertaron en él su aspecto místico, que pronto se identificó con la secta pseudo-cristiana de los flageladores. Su tesis era que el dolor acercaba a Dios, pero también que cuánto más se pecara más tendría Dios que perdonar. Las reuniones con los miembros de los flageladores empezaban y terminaban con borracheras y orgías, Rasputín fue uno de los más destacados seguidores.
Aunque se casó y tuvo hijos, pronto dejó a la familia para viajar en plan peregrinaje por las tierras de Jerusalén y Grecia, al tiempo que estudiaba historia, esoterismo, teosofía y varias religiones.
De aspecto imponente, y con una mirada hipnótica, Rasputín consiguió adentrarse entre la alta sociedad rusa, que empezó considerándolo un hombre santo. Las reuniones, especialmente con mujeres, terminaban en la alcoba, pero pocos cuestionaban la “santidad” de ese hombre especial que podía sanar y aconsejar con su impactante oratoria. Pocas decisiones se tomaban sin su consejo, su gran personalidad arrollaba a seguidores y detractores, cautivados además por sus místicas orgías en las que destacaba su fortaleza física y su espíritu incansable.
El logro culminante del mujik fue ser aceptado en la corte del zar Nikolas II y convertirse en amigo íntimo de la zarina. La zarina Alejandra vivía muy preocupada por la enfermedad que padecía su único hijo varón, Alexis Nicoláyevich. El niño era hemofílico y ningún médico había logrado sanarlo. Rasputín sí consiguió mejorar la enfermedad del pequeño, se cree que mediante hipnosis. Ese hecho, hizo que la zarina confiara plenamente en él, en sus opiniones y en sus ideas. Se convirtió en indispensable, en confidente, en un ser “santo” y, durante años, fue él el que gobernó, sino de forma oficial, sí real.
Por supuesto, semejante influencia no podía ser tolerada por todos. El príncipe Felix Yusupov (se dice que era homosexual atraído por Rasputín) y el primo del zar, el gran duque Dimitri P. Romanov, decidieron acabar con la vida de ese personaje, y aquí si sucedió lo increíble:
El príncipe Yusupov invitó a Rasputín a una suculenta cena preparada en el sótano de su palacio mientras el gran duque, y quizá alguno más, aguardaban en la dependencia de arriba. El vino, los licores y los pasteles contenían suficiente cianuro para un batallón, pero el mujik no parecía notar los efectos. Finalmente, desesperado, Yusupov le disparó en el pecho, creyó que le había atravesado el corazón y, efectivamente, el hombre estaba tendido y su camisa llena de sangre. Con el alboroto, sus compañeros bajaron al sótano, hubo algún problema con la luz y cuando se restableció comprobaron horrorizados que Rasputín había huido por una puerta lateral… Le dieron caza disparándole varias balas a quemarropa y echaron su cuerpo al río Neva, que estaba prácticamente congelado. La autopsia posterior reveló que el hombre murió ahogado. Investigaciones actuales apuntan al hecho de que los servicios secretos británicos también estuvieron implicados en la muerte del sátiro místico.
Aparte de su gran oratoria, conocimientos hipnóticos y quizá ocultistas, se le atribuyen algunas predicciones futuristas, y parece haber acertado en lo tocante a los integristas islámicos, el aire contaminado en el planeta y algunas cosas más.