Cubrebocas que desenmascaran, máscaras itinerantes y artilugios de abrazos lejanos

“Lo inesperado es parte de la vida. Nos suceden cosas extrañas. Pensamos que están fuera de la norma, pero es así. Esa es la manera en que funciona la vida…” “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”.

– Paul Auster –

Pocas semanas antes de que iniciara la pandemia resultaba inimaginable pensar que una actividad rutinaria de realizar compras de alimentos en un supermercado se convertiría de súbito en una experiencia propia de una distopía plasmada en alguna película de ciencia ficción. Filas de 100 metros para ingresar a las tiendas con marcajes precisos en el suelo para determinar los dos metros requeridos de distanciamiento. Cubrebocas obligatorio como pasaporte requerido para ingresar a los templos máximos y más solicitados de nuestros días : las tiendas de autoservicio. Usualmente es una actividad que hacemos una o dos veces por semana poniendo el piloto automático, recorriendo los pasillos de los alimentos que nos gustan sin prestar demasiada atención a las personas del entorno. Qué cambio tan radical.

Ahora, para millones que han guardado la cuarentena alrededor del mundo, los minutos en la tienda adquiriendo víveres son el único contacto con el mundo exterior. El pulso social se encuentra allí. Todos somos sospechosos, cualquiera de los que transitan por los pasillos puede estar infectado. Hay personas que al sentir que alguien se les acerca demasiado en la sección de carnicería, instintivamente, toman distancia. El enemigo invisible ronda omnipresente en la mente de todos.

Sucedió el viernes 26 de abril de 2020. Me encontraba en la zona de frutas y verduras eligiendo si llevaba tomate bola o saladet. Un dilema simple que el mismo Hamlet envidiaría. Sentí una mirada, al voltear, me encontré con unos ojos grandes que me miraban transmitiendo muchas cosas. Era una mujer de 1.70 mts, cabello castaño que vestía camiseta negra y jeans negros. Nos vimos fijamente alrededor de cinco segundos, entendí la conexión : traía al igual que yo, una camiseta con el logo de la serie ‘Game Of Thrones’. El lugar se encontraba atestado y la dinámica del flujo de personas hizo que nos perdiéramos sin volver a encontrarnos.

Durante el trayecto a casa no deje de pensar en ella. La expresión de su mirada me recordaba a alguien pero no lograba precisar a quien. Hasta que las imágenes se empalmaron en mi mente : su mirada era igual a la del personaje principal de la película húngara, ‘Saul fia’ ( El Hijo de Saúl) del director László Nemes. La trama habla de prisioneros judíos encargados en los campos de concentración de limpiar las cámaras de gas después de su uso y llevar los cadáveres a los hornos de cremación. Por la naturaleza de su labor, usar cubrebocas es indispensable.

El protagonista es testigo de manera fortuita de como un niño de entre 10 y 12 años sobrevive a la cámara de gas, posteriormente es asfixiado por un nazi. Saúl queda impresionado de la lucha que libró el pequeño por vivir. A partir de allí su motor es poder darle sepultura la niño. Los motivos que mueven al personaje central por momentos pueden parecer torpes, egoístas, evasivos de lo que acontece. Al final entendemos que su esfuerzo por encontrar un pequeño resquicio interno, un vestigio de esperanza que lo protegiera de la devastación externa era un riesgo que valía la pena.

La mirada de Saúl al ver al pequeño aferrarse a la vida, fue la misma y con la misma intensidad que percibí en la chica con la que coincidí en el área de verduras. Mezcla de estupefacción y asombro por el ambiente enrarecido a nuestro alrededor. El cubrebocas que portaba desenmascaró la máscara itinerante que solemos llevar en lugares en los que alternamos con desconocidos, las mascarillas que nos cubren la mitad de rostro se convirtieron en el artilugio adecuado para darle el protagonismo que merecen nuestros ojos que pueden decir tanto para el que sabe leerlos. Un revulsivo inesperado de la fuerza de la mirada. Game Of Thrones fue nuestro punto de encuentro, el extraordinario universo épico medieval fue lo que nos conectó por breves segundos. Quizá el intercambio de miradas fue un abrazo lejano mutuo con atisbo de esperanza en tiempos en que el contacto físico es cuestión de vida o muerte en medio de una muchedumbre cubierta que se miraban unos a otros en su mayoría con recelo.

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