Nació el 8 de febrero de 1828 en Nantes y murió el 24 de marzo de 1905 en Amiens. Desde muy joven sintió pasión por los viajes y, especialmente, por el mar, pero el abogado Pierre Verne, su padre, decidió que el muchacho tenía que estudiar Derecho. Siendo muy joven se escapó de casa y se embarcó en un buque que iba a zarpar, más lo encontraron a tiempo y lo castigaron convenientemente.
Pero, aunque Julio siguió un tiempo las directrices impuestas por la familia pronto se marchó a Paris y malvivió en buhardillas porque ese desacato le significó tener que buscarse la vida y no recibir ayuda económica. En una carta manuscrita que se conserva, el irónico Jules le dice a su madre algo acerca de que sus calcetines actuales son un colador repleto de agujeros y los próximos todavía están pastando por el monte en la lana de sus dueñas, las ovejas.
Verne se movió entre la cultura del viejo Paris sin demasiado éxito, escribiendo operetas y alguna obra de teatro para subsistir. Su encuentro con Dumas fue un importante apoyo, un encuentro de lo más cómico: Un encontronazo con un hombre que sale de un edificio y al que el joven Verne casi se lleva por delante, unas excusas, la pregunta de si ha cenado, la referencia irónica a una tortilla y una tarjeta de presentación en la que Dumas se presta a degustar esa excelente tortilla a la nantesa.
De alguna manera, Jules Verne fue un hombre frustrado en varios aspectos importantes de la vida. Le fue negada su vocación marinera que, en cambio, sí pudo seguir su hermano, también se enamoró perdidamente de su prima Caroline y fue rechazado. Según sus propias palabras, empezó a escribir novelas para vivir con la imaginación. Dedicó horas interminables a estudiar varias materias, especialmente geografía y todo lo relacionado con la ciencia. También fue un maestro en los criptogramas.
Cuando escribió “Cinco semanas en globo”, su primera novela, recorrió con su manuscrito catorce de las quince editoriales que había en Paris y se lo rechazaron. El último editor era Hertzel, un hombre con fama de excéntrico, trabajaba de noche y dormía de día y se le conocía por despachar sin miramientos a los autores noveles… Ese último recurso, no obstante, significó el milagro. De ahí partió la carrera literaria de Verne y una amistad especial con el editor.
Siempre se ha considerado al autor como un escritor de relatos de aventuras, un poco futurista quizá, pero nada más. Sus obras las leían preferentemente los jóvenes y ya bien entrado el siglo XX esos eran casi sus únicos lectores. Pero más de un siglo después de que esas novelas fueran escritas y con los conocimientos actuales las obras de Verne ofrecen muchas más lecturas:
Predijo algo parecido a Internet en una obra inédita hasta finales del siglo XX (Paris en el siglo XX) y no fue publicada en su día por su aspecto catastrofista de la vida y la sociedad, curiosamente, muy similar a la actual. La televisión y el helicóptero también los imaginó Verne, así como la subida al poder del Nacional socialismo en la figura de Hitler.
El primer submarino fue otra de sus fantasías hechas realidad, pero no sólo eso sino la autosuficiencia del aparato que permitía vivir en el mar sin tocar tierra firme. En sus obras “De la Tierra a la Luna” y “Alrededor de la Luna” Verne da en el clavo con una precisión increíble. Elige EE.UU. como país financiador del proyecto y el estado de Florida para el lanzamiento, un lugar muy próximo a Cabo Cañaveral, pero el aterrizaje también se produce en el mar, a escasas cuatro millas del lugar en el que amerizó el Apolo 8. Tanto la velocidad de la cápsula como sus dimensiones se aproximan mucho a las reales de aquel Apolo 8 tripulado, también por tres astronautas…
Verne fue un pozo de ciencia, no cabe duda, pero también existe la creencia de que formó parte de alguna sociedad secreta de su época. Su atracción hacia los criptogramas se plasma en muchas de sus obras y hay quien encuentra un mundo oculto y esotérico incluso en los nombres de sus personajes.
¿Por qué quemó gran parte de su biblioteca criptográfica? ¿Encierra la tumba del autor un mensaje oculto? El escritor Juan José Benítez lo cree así en su libro “YO, JULIO VERNE” y hasta va más allá. En su lecho de muerte, el genial Verne se despidió con las palabras: “Sed buenos”.