Todo comenzó en el ya lejano 31 de marzo de 2016. Ante los altos niveles de contaminación el gobierno de la Ciudad de México emitió la disposición de ley : todos los automóviles tendrían que dejar de circular obligatoriamente una vez a la semana. Los ciudadanos reaccionaron furibundos ante la medida; adjudicando culpas por la contaminación a otras instancias y causas. Nunca aceptaron que los coches particulares fueran un problema fundamental en la amenaza ambiental que siniestramente se cernía para la que alguna vez fue llamada la ” Ciudad de los Palacios”.
Viendo la situación a distancia, con la perspectiva clara que brinda el transcurso de los años, se entiende la reacción de los ciudadanos de aquella época : Nunca existió una ciudad en la que se le rindiera un culto tan desmedido al carro; la adoración bordeaba lo delirante. El coche representaba mucho más que un medio de transporte, en una ciudad con un clasismo arraigado hasta la médula en la idiosincracia del capitalino, el coche, era un símbolo inequívoco de status, una demostración material de que se había triunfado en la vida, una forma sólida de demostrar que no se pertenecía a las masas caminantes, era también el deslinde absoluto a pertenecer a ese grupo de seres inferiores que usaban el transporte público y el metro.
El colapso fue contundente. Sucedió el 28 de diciembre de 2029. La gente simple y llanamente comenzó a caer fulminada en las calles con gestos de desesperación en sus rostros ante la asfixia inesperada. Meses después de la hecatombe, equipos especializados con máscaras de oxígeno recorrieron los 1,485 km² que habían conformado la ciudad y encontraron una gran concentración de cadáveres en millones de automóviles que intentaban abandonar la ciudad. Podría decirse que tuvieron una muerte poética; habían muerto dentro de ese objeto de cuatro ruedas que tanto habían adorado más allá del sentido común y la razón.
Actualmente, lo que queda de esa ciudad se ha convertido en una fantasmagórica colección de estructuras de concreto abandonadas con sus cielos cubiertos de una espesa nata que rara vez se difumina. El episodio es ahora objeto de profundos estudios por parte de psicólogos, sociólogos, antropólogos y expertos de diferentes ramas. El triunfo de las máquinas sobre el instinto de supervivencia es una interrogante que cautiva a las mentes brillantes de nuestro tiempo.
Mi nombre es Claudio Ríos, soy antropólogo, escribo esto desde mi ordenador de voz, aprovechando las vacaciones decembrinas y el aniversario número 20 de este trágico acontecimiento. Zipolite, Oaxaca ( Capital de la República Mexicana) a 28 de diciembre de 2049.