Agencias de NoticiasEn 1976, Timothy Cleve Abbott sufrió un paro cardíaco y tuvo una experiencia que nunca olvidaría.
Abbott, que en ese momento estaba en el instituto, se le había formado una ampolla de sangre en el pie que pronto se convirtió en algo tan problemático que no podía caminar, lo que le obligó a ir al hospital.
Sin embargo, no fue la ampolla en sí lo que casi acabó con su vida, sino la inyección de penicilina que le habían administrado los médicos para evitar una infección a la que, como se descubrió, era muy alérgico.
En cuestión de segundos, se desplomó en el suelo y su corazón dejó de latir.
“Salí de mi cuerpo de inmediato”, recuerda. “Vi cómo mi cuerpo caía y rebotaba contra el suelo de cemento”.
“El personal empezó a asustarse y a gritar, y lo siguiente que supe fue que estaban intentando resucitarme con reanimación cardiopulmonar”.
Finalmente, Abbott sobrevivió a la experiencia, pero seis años después volvió a estar cerca de la muerte cuando casi se ahoga mientras flotaba en un flotador en el río Guadalupe.
“Llegué a una zona de turbulencia y caí al fondo del río, me quedé sin aire y tuve una visión de rayos X, no puedo explicarlo de otra manera”, dijo. ”
Vi una mano y la agarré instintivamente y me sacó. Y cuando volví en mí estaba escupiendo agua y miré hacia adentro, sorprendentemente”.
“Lo más extraño de esta historia es que conocía al tipo que me salvó la vida. Era de mi pueblo, a 400 millas de distancia, y estaba en el mismo lugar al mismo tiempo que yo con otros amigos”.
En última instancia, las experiencias cercanas a la muerte de Abbott cambiaron su visión tanto de la religión como de la realidad.
“Creo que una vez que has abierto esa ventana, o has abierto la puerta hacia lo que sucede en el más allá, la llevas contigo como una especie de marcador, o eres capaz de estar en contacto con cosas que no puedes entender del todo”, dijo.
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Rafael Oseguera
