Dennis “Tink” Bell era un meteorólogo de 25 años que cayó por una grieta en la Antártida en 1959.
Ese trágico día, Bell y sus colegas llevaron dos trineos tirados por perros a un glaciar en la bahía del Almirantazgo, en la isla Rey Jorge, para realizar investigaciones en pleno invierno austral.
Cuando el equipo tuvo dificultades para atravesar la nieve profunda, Bell se adelantó para ayudar a los perros a continuar. Incapaz de ver bien hacia dónde se dirigía, se metió en la abertura de una grieta y desapareció rápidamente.
Sus colegas corrieron a ayudarlo y, tras gritar, lo oyeron responder desde las profundidades.
Consiguieron bajar una cuerda para que se atara y usaron a los perros para ayudarlo a ponerse a salvo, pero al llegar al borde de la grieta, el cinturón de Bell se rompió, precipitándolo de vuelta a la oscuridad.
Esta vez, cuando los hombres lo llamaron, no hubo respuesta.
A pesar del deterioro de las condiciones, sus colegas continuaron sus esfuerzos por ayudarlo hasta que finalmente se hizo evidente que no había sobrevivido y se vieron obligados a regresar a la base.
Esa habría sido la última vez que se supo de Bell, pero recientemente, el retroceso del glaciar finalmente depositó sus restos, junto con otros objetos, a la intemperie.
Una prueba de ADN determinó rápidamente que los fragmentos óseos eran efectivamente los de Bell.
Aunque trágico, al menos ahora sus restos finalmente pueden ser traídos a casa.